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Terence Riley. Sensorial

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La fotografía y la arquitectura son viejas aliadas. Sin embargo, una comprensión exclusivamente visual de los edificios puede ir en detrimento de otras maneras de disfrutar las obras arquitectónicas.

En el momento en que uno se ve imposibilitado de reducir lo visto a una instantánea – que se almacena de inmediato en forma de diapositiva en nuestro archivo mental de imágenes de edificios- , otros sentidos distintos se activan para registrar, comprender y evaluar nuestra experiencia.

  1. Cuando visité un museo que estaba expuesta la escultura “Joe” de Richard Serra, obra hecha de plancha de acero de cinco centímetros de espesor y que forma parte de la serie “Espirales torcidas dos veces”. La escultura se encontraba en el patio exterior del museo; cuando entré en la concha de caracol de cuatro metros y medio de altura y 125 toneladas de peso, comenzaba a anochecer. Las paredes herrumbrosas que se van cerrando para formar un túnel sin suturas no parecían de ese metal pesadísimo, sino más bien semejaban superficies de un terciopelo de exuberante sensualidad. Y cuanto más se reducía la vuelta y más estrecho se tornaba el pasadizo, tanto más claramente percibía el calor del sol almacenado durante el día del acero. De repente caí en la cuenta del espesor y la pesadez de las superficies que Serra obliga a hacer tantas curvas y dar tantas vueltas.
  2. Tuve la oportunidad de visitar en verano las termas construidas por Peter Zumthor, un balneario termal, así llamado, en la población suiza de Vals. He dicho “así llamado” para restringir el significado del término “balneario termal”, ya que éste, con sus connotaciones de descanso y holgazanería, no designa de modo adecuado lo que de verdad sucede en Vals. Según mi propia experiencia, la estancia ahí tuvo sin duda alguna un efecto terapéutico, para mi espíritu no menos que para mi cuerpo. El edificio construido por Zumthor, situado en medio de una pendiente al lado de un hotel que existía de antemano, es más fácil sentirlo que visualizarlo. Para acceder al baño termal, tuve que pasar por el hotel y descender a un lugar subterráneo: el sendero ideal para sufrir una metamorfosis, un escenario concebido para Parsifal y que activa todos los sentidos. Luego, después de haber entregado mi ropa y el resto de mis objetos personales –móvil, cartera, llaves-, me encontré de repente en un mundo crepuscular y húmedo con torrentes de luz cayendo de lo alto a guisa de contrapunto. Los principales recintos del baño consisten en una secuencia ininterrumpida de ámbitos abiertos con unas escaleras bajas que conducen a unas albercas delimitadas por recia mampostería y no menos robustos pilares, los cuales salen de las albercas para forma la estructura central de las alas. Tanto paredes como pilares están hechos del mismo gneis verdoso cortado en losas oblongas rectangulares que se superponen siguiendo el ejemplo de los muros ladrillos romanos antiguos. La disposición de las tres albercas corrobora la referencia al modelo clásico: al igual que en las termas de los romanos, aquí hay también un frigidarium, un tepidarium y un caldarium, con agua fría, tibia y caliente, respectivamente. Cuanto más consciente es la precisión con la que el propio cuerpo sirve de instrumento para medir la intensidad de las experiencias allí vividas, tanto más absurdo parece el hecho de que todos los visitantes del balneario lleven puesto el bañador. Hay una cuarta alberca repleta de agua caliente y una multitud de flores silvestres que exhalan su maravilloso aroma, perfumando todo el balneario. Otra cámara resulta accesible sólo por una abertura por debajo el agua. Una vez que se encuentra uno dentro de este lugar herméticamente cerrado, se comprueba la ausencia de todo tipo de materiales blandos capaces de amortiguar los ruidos, de manera que el más silencioso susurro es reflejado y amplificado melodiosamente por la piedra desnuda y el agua. Yo me siento en un rincón y produzco un zumbido que bajo circunstancias normales apenas se habría escuchado: aquí, sin embargo, resuena maravillosamente, como si hubiese salido de un voluminoso instrumento de música.
  3. En Tokio  -La Galería del Tesoro del templo de Horyji-, en el que están expuestas las magníficas piezas de un venerable tempo de Nara. Los objetos exhibidos están hechos principalmente de madera, papel y tela, materiales muy sensibles, por lo que la iluminación interior es muy suave. Me encuentro en la galería principal. Una pared de bronce sirve de protección a la vez que de fondo a las piezas iluminadas individualmente. En la sala se alzan dos columnas, cosa que encuentro extraña. Le pregunto a Yoshio Tanaguchi, el arquitecto que diseño la galería, por su sentido. Tanaguchi me explica que todos los templos famosos de Japón eran construcciones de madera. Los más importantes de ellos eran también los más grandes, y ya que la madera no es un material de construcción precisamente fiable, por lo general se erigían en los templos dos columnas a ambos lados de la estatua de Buda, que estaba situada en el centro. ¿Y la pared de bronce? Las campanas de los templos son todas de bronce, y por esos el arquitecto había querido que tanto la pared de bronce como las dos columnas contribuyeran a evocar de modo inconsciente el entorno original de los objetos de arte.
  4. Hasta 1989, año en que fue reconstruido de nuevo, muy pocas personas conocían el Pabellón Alemán edificado por Mies Van der Rohe en 1929 con motivo de la Exposición Universal de Barcelona excepto a través de viejas fotografías en blanco y negro. Un amigo mío me mostró lo que escribió en su diario tras visitarlo: “Al ambular por el Pabellón tomé conciencia por primera vez de lo que significa el espacio, tal como si un pez entendiera de repente lo que es el agua, en caso de que fuera capaz de eso”. En mi caso, el verdadero choc fueron los colores. Yo siempre me lo habría imaginado, erróneamente, igual que un templo griego antiguo, en tonos de blanco y gris. Menuda sorpresa me llevé al constatar la policroma realidad, en ambos casos por cierto. Al tratar de concentrar mi mirada en la superficie de los materiales del Pabellón, caigo en la cuenta de la increíble  variedad de reflejos que aparecen en el agua, el vidrio, el cromo, el mármol pulido y el ónix. Una placentera multiplicidad de vistas se revela al ojo del espectador. De pronto, veo la “Mañana” de Kolbe reflejada en el ónix, me veo a mi mismo reflejado en el mármol, veo a un vigilante reflejado en el vidrio que de otro modo en absoluto habría visto…¿Podría haber sido ésa realmente la intención de Mies? ¿Era el Pabellón obra del severo funcionalista tan denostado por los voceros del postmodernismo?

Terence Riley. Nacido en Elgin, Illinois, Riley estudió arquitectutra en las Universidades de Notre Dame y Columbia antes de fundar con John Keenen un estudio de arquitectos del que todavía es miembro. Como arquitecto, curador, profesor y crítico, Terence Riley es un líder reconocido a nivel internacional en el diseño y desarrollo de servicios y programas culturales con gran importancia arquitectónica en todo el mundo. Riley ha jugado un papel principal en la selección y diseño arquitecto procesos para la renovación y ampliación del Museo de Arte Moderno (Nueva York), el Museo de Arte de Miami, y el Museo de Arte, Diseño y Medio Ambiente (Murcia, España).

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